sábado, 22 de mayo de 2010

El saber que ocupa lugar por Ryan, Romina


Las bibliotecas y los archivos deben registrar, preservar y difundir la memoria impresa de la cultura del país, en los soportes de información tradicionales y nuevos. ¿Qué distancia los separa de su misión?
Existen en la Argentina distintos tipos de bibliotecas. Es paradigmática la Biblioteca Nacional, si bien hay también muchas bibliotecas especiales, como la del Congreso; bibliotecas escolares, bibliotecas especializadas y bibliotecas públicas. Estas últimas se dividen en dos tipos: las municipales y las populares, fundadas por Domingo Faustino Sarmiento. Y si bien su origen es muy temprano en la Argentina, diferentes factores como la falta de recursos materiales y de la necesaria profesionalización de quienes trabajan como bibliotecarios ha hecho que el desarrollo de la profesión sea muy dispar. “Las bibliotecas especializadas son las que mejor funcionan, pero hay una pobreza muy marcada en muchas bibliotecas populares.
  En ese sentido, creo que no hay una conciencia política del rol que deben cumplir las bibliotecas en una nación. Y me refiero tanto a la clase política como a los ciudadanos: no tienen conciencia de que educarse con las bibliotecas es la única garantía de un desarrollo cultural”, afirmó Alejandro Parada, director de la Biblioteca de la Academia Argentina de Letras (especializada en literatura argentina, filología y lingüística española, lenguas amerindias y literatura universal), con cerca de 140 mil volúmenes y 30 mil títulos de publicaciones periódicas.
Parada recupera tres momentos importantes de la historia bibliotecaria del país: “El primero fue el primer acto cultural de la Junta de Mayo de 1810: fundar una biblioteca pública, que hoy es la Biblioteca Nacional. Aquella relación íntima entre cultura popular, la formación del ciudadano y la decisión política determinaron el acceso gratuito a la lectura”. Siguieron años conflictivos, plagados de guerras civiles, hasta que Sarmiento decidió fundar las bibliotecas populares con fondos del Estado. Sin embargo, había una condición: los ciudadanos debían manifestar la inquietud de fundarla con una primera colección. “Este ejemplo también muestra al Estado y a los ciudadanos trabajando juntos para garantizar el éxito en el tiempo de una biblioteca. Así se reflotaron las bibliotecas en las dos primeras décadas del siglo XX”, explica Parada. El tercer auge en la construcción de la ciudadanía bibliotecaria ocurrió en la década del ’30, en el contexto de lo que se llamó fomentismo barrial, junto con las sociedades de fomento y los clubes de barrio. “Cuanto mayor desarrollo tienen las bibliotecas públicas, por sentido conmutativo, mayor desarrollo bibliotecario tiene el país”,  resume.
¿Cuál es el diagnóstico hoy? Para el director de la biblioteca de la Academia Argentina de Letras, las bibliotecas especializadas se encuentran en un buen nivel, mientras que las demás están atrasadas con respecto a su potencial, principalmente por la falta de participación del ciudadano. Pensemos en el rol dinámico de las bibliotecas en la educación primaria, secundaria y universitaria en las generaciones mayores de 30 años; en la actualidad, la presencia de las bibliotecas en las instituciones educativas es notoriamente menor. “Sin embargo, la biblioteca debería funcionar como un templo:
ante cualquier necesidad sus puertas deben estar abiertas”, ejemplifica Parada. Y agrega: “Planificar  a educación de un país es planificar también su estructura bibliotecaria, y se trata de un planeamiento político. Todo país en serio, que se piensa a sí mismo en procesos de larga duración, planifica sus bibliotecas, y los ciudadanos, en alguna medida, participan de ellas”. 



Fragmentos  extraidos  de 

www.revistacriterio.com.ar/cultura/el-saber-que-ocupa-lugar/
Nº 2358 » Abril 2010

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